Con un diseño elegante que a la vez aporta fiabilidad y facilidad en el manejo, el fusil Kalashnikov es un símbolo de libertad para algunos países del tercer mundo y grupos armados
PABLO LÓPEZ
El fusil de asalto soviético AK-47 (Avtomat Kalashnikova modelo 1947), popularmente conocido como Kalashnikov, es todo un ejemplo de éxito desde el punto de vista del diseño industrial, pues cumple con creces con prácticamente todos los objetivos que este debe perseguir: es extremadamente fiable, pues está demostrado que puede seguir disparando después de caer al barro, tras ser sumergido en agua e incluso después de que un carro de combate le pase por encima; es práctico, pues cualquier persona, aunque carezca de instrucción militar, puede aprender a manejarlo en pocos minutos; y su imagen se ha hecho lo suficientemente poderosa como para convertirse en un símbolo para países y grupos rebeldes que lo asocian a la lucha armada por la libertad.
El poder simbólico de esta elegante pero mortífera obra de diseño soviético, que recibe su nombre en honor a su creador Mijáil Kalashnikov, lo expresó el escritor Arturo Pérez Reverte, que conoce muy bien sus particulares por haber ejercido como corresponsal de guerra. “Esa arma barata y eficaz se convirtió en símbolo de libertad y de esperanza para los parias de la tierra; para quienes creían que sólo hay una forma de cambiar el mundo: pegándole fuego de punta a punta. En aquel tiempo, cuando estaba claro contra quién era preciso dispararlo, levantar en alto un AK-47 era alzar un desafío y una bandera. El Kalashnikov, arma de los pobres y los oprimidos, quedó como símbolo del mundo que pudo ser y no fue”, escribió el autor.
La bandera nacional de Mozambique, el escudo de Zimbabue, el símbolo de la Guardia Revolucionaria de Irán y la enseña del la organización islamista Hezbolá son sólo algunos ejemplos de cómo se han apropiado de la imagen de este fusil gobiernos y grupos armados que se consideran a sí mismos como luchadores por la libertad y por la emancipación de los pueblos oprimidos.
Práctico y fiable
Un buen diseño no sólo tiene que resultar elegante o llamativo y mucho menos cuando hablamos del ámbito de la industria armamentística. Decía el propio Mijáil Kalashnikov, que por cierto acabó dirigiendo una misiva a la Iglesia Ortodoxa a modo de arrepentimiento por las muchas víctimas que había causado y que seguía causando su obra, que el AK-47 tiene exactamente las piezas que necesita para funcionar correctamente, ni una más ni una menos. La fiabilidad de este fusil, que destaca por un sistema de recarga de cartuchos que utiliza la fuerza de los gases de combustión producidos por el disparo para facilitar la colocación de un nuevo cartucho en la recámara y por su sistema de acerrojado de cabezal rotativo, llevó incluso a que los soldados estadounidense que combatían en la guerra de Vietnam llegaran a abandonar sus modernos M-16 y a sustituirlos por los AK-47 abandonados o perdidos por los combatientes del Vietcong y es que en una guerra lo más importante es que, llegado el momento de disparar, el arma no falle.
Esa extrema fiabilidad es uno de los motivos por los que, aún hoy, en sus diferentes variantes, el Kalashnikov sigue presente en numerosos conflictos armados y en el arsenal de un buen puñado de ejércitos nacionales, grupos guerrilleros y cárteles del narcotráfico. El otro motivo es lo fácil que resulta aprender a manejarlo. La frase de que hasta un niño podría hacerlo adquiere un componente de macabra realidad pues son muchos los menores que los empuñan y disparan en conflictos bélicos en el tercer mundo, especialmente en África.